miércoles, 22 de julio de 2009

MI CEREBRO ESTÁ HARTO DE QUE LE HABLEN DEL CEREBRO

Recorriendo páginas que contienen vídeos de documentales científicos, me percato del impresionante fetichismo cerebral que hoy en día campea a sus anchas en el ámbito académico, como otrora El Cid lo hacía sobre las llanuras de Castilla.
En efecto, en dichos documentales, muy frecuentemente de factura médica, se ven títulos como estos:
“Aprendizaje y cerebro”, “alcohol y cerebro”, “cerebro y adolescencia”, “el cerebro de Einstein”, “cerebro humano”, “el cerebro nos engaña”, “cerebro y supervivencia”, “cerebro y lenguaje”, “cerebro y diferencias de género”, “baile y cerebro”, “el cerebro adictivo”, “cerebro y procesos cognitivos”, “cerebro e inteligencia”, “cerebro y emociones”, “cerebro y estrés”, “cerebro y sociedad”, “cerebro consciente e inconsciente”, “cerebro y atención”, “cerebro y contacto físico”, “la vida secreta del cerebro”, “cerebro y arte”, “cerebro y musica”, “la moral está en el cerebro”, “tiempo y cerebro”, “el cerebro de Mozart”, "cerebro y marketing", etc., etc., etc.
En todos ellos el rollo discursivo parece ser sustancialmente el mismo: darle a ese órgano privilegiado una categoría de oligarca máximo del comportamiento y demiurgo de la realidad humana, porque resulta que ya no somos nosotros los que tomamos decisiones, vemos, hablamos, hacemos, pensamos, sentimos o inventamos, sino nuestro cerebro. Si sentimos estrés, nuestro cerebro es el que lo siente y prepara las condiciones para que lo afrontemos, si nos enamoramos, nuestro cerebro es el que activa los mecanismos de amor y de placer, si nos gusta el baile o somos inteligentes, nuestro cerebro es el que nos dota de esas habilidades, si actuamos de acuerdo o no con la moral, es nuestro cerebro el que lo propicia.
¡Vaya pues! la lista de maravillosas capacidades y taras psicológicas que puede mostrar el señor cerebro es inmensa. Pobre el resto de nuestro cuerpo, pobres nosotros, que sólo seríamos títeres de esa entidad oligárquica y gerencial que es nuestro cerebro.
En suma, ya no somos un individuo con cerebro, sino un cerebro con cuerpo, siendo éste sólo un pedestal sobre el cual se sostiene el sagrado totem cerebral.
Al menos, eso es lo que se deduce de tanta publicidad cerebrológica en los documentales difundidos por el grupo Discovery y otras productoras. Y ni qué decir de la miriada de libros donde se apuntala lo mismo.
Como no podía ser de otra manera, esta ideología absurda y reduccionista, tan bien apoyada financieramente por los consorcios médicos, se mueve también al interior de la psicología, apoyada por ciertos sectores de orientación cognitiva que predican una filosofía de la mente de tipo “identidad mente-cerebro” (más radical que la tendencia llamada “emergentista”).
Lo peor es que muchos simpatizantes de dicha corriente “neurocientífica” han hecho toda una profesión de la denuncia frente al “mecanicismo” del análisis comportamental, como si sostener la hipótesis de una máquina cerebral que actúa por nosotros no fuera a su vez el peor de los mecanicismos.
Es bueno recordar a la “cerebrología” y a su mercado ingenuo de consumo que lo psicológico no viene implantado como un chip dentro de ninguna estructura cerebral. La mente no es una función corporal, ni hay estructuras o funciones neurales para cada proceso de pensamiento, por la sencilla razón de que la contextualización social que le da origen y desarrollo a un episodio de comportamiento, es irreducible a mera actividad del cerebro, pues consiste de la interacción de múltiples factores intra y extraorgánicos.
No se equivocaba Politzer cuando, en su crítica del materialismo médico, fisiológico o biológico, decía que éste no es sino una respuesta al espiritualismo que se ha vaciado en su mismo molde, nombrando “materia” (o “cerebro”) a lo que ayer se llamaba “espíritu”. Y lo cierto es que parece resultar muy rentable en la actualidad para el charlatán tratar de impresionar al lego y al poco leído en psicología y en otras disciplinas, utilizando la jerga neurológica.
En suma, como seguidor ingenuo de la ideología reduccionista que campea en los documentales y libros "pro-cerebrológicos" difundidos por canales de comunicación supuestamente científica, digo que no yo, sino mi cerebro, está realmente harto de que le hablen del cerebro.

jueves, 2 de julio de 2009

¿EL CONDUCTISMO ES DIALÉCTICO?

Uno de los lugares comunes en la crítica externa al conductismo es la raigambre supuestamente “mecanicista” que atribuye a cualquier teoría conductual. No es necesario dar ejemplos, pues la literatura respectiva está llena de esas alusiones, y ni qué decir de las continuas repeticiones orales simplificadas que hacen de ellas muchos profesores y catedráticos de tendencias filosóficas e ideológicas vinculadas al llamado “progresismo”. Por oposición a esto, lo que se relieva hasta el cansancio es la índole “dialéctica” de ciertas aproximaciones no conductistas.
Como Bunge suele puntualizarlo, más allá de las “definiciones” bastante generales de Hegel, de los clásicos marxistas y del catecismo pro-soviético, no hay registro preciso de aquello que los cultores dialécticos entienden estrictamente por dialéctica, siendo más una connotación metafórica que cubre una gran cantidad de condiciones cualitativas.
Ser dialéctico, en la postura tercermundista, equivale a exhibir una serie de virtudes relativas tanto al acervo moral y conceptual como al enfoque teórico de base. En breve, a nivel de valores y competencias individuales implicaría por un lado el “compromiso con la emancipación de las clases populares” (en el sentido filo o neomarxista), y, por otro, en lo que podría calificarse de aptitud académica, ser capaz de utilizar un método reflexivo cuasi-intuitivo que permite captar con gran detalle el material analizado y sus diversas formas de desarrollo, descubriendo su entramado estocástico (acciones recíprocas y polaridades entre los elementos) dentro de la estructura total.
Dada la amplia extensión semántica de esta concepción, el rango de los enfoques teóricos considerados “dialécticos” parece indeterminado. Así, se han reclamado tales tanto los adeptos a los enfoques socioculturalistas, genético-constructivistas o post racionalistas y sistémicos, como en menor medida los dinámicos y humanistas. Lo que sí es seguro es el rechazo absoluto que todos ellos tienen respecto al conductismo como algo definitivamente “no-dialéctico”.
Pero ¿eso es realmente así?
La tesis (no exhaustiva) de este post es que, si queremos presentar el conductismo actual con una retórica dialéctica, eso sería extremadamente fácil. Incluso la “mecánica” de su funcionamiento se vería mucho más congruente con las propiedades conceptuales dialécticas que en otros casos teóricos. De hecho, ya he tratado este tema en otros lugares (por ejemplo pulsar 1 , pulsar 2).
Así, como lo he dicho en esas otras ocasiones (a las que remito para la fundamentación bibliográfica correspondiente), ninguna de las cualidades analíticas atribuidas al método dialéctico es ajena al análisis conductual. Por ejemplo, si hablamos de las funciones E-R, éstas sólo son concebibles dentro de un sistema fluctuante de interdependencias entre las variables contingenciales que conforman un episodio de comportamiento, y con referencia a un contexto históricamente demarcado. Igualmente, su nivel de complejidad está determinado no por el carácter de su manifestación real, sino por la apreciación momentánea que el observador hace del tipo de interacción molar o molecular que requiere estudiar.
Técnicamente, un enfoque molar permite que cada clase general de conducta o sistema contingencial pueda ser la referencia para descubrir el orden y finalidad subyacente a la variedad de sus elementos, y servir de herramienta conceptual heurística. Un enfoque molecular, en cambio, implica que cada miembro de una clase conductual pueda ser susceptible de ser analizado exhaustivamente en sus unidades básicas, fraccionadas para el efecto.
En este sentido, el análisis de proceso que se lleva a cabo respecto al objeto de estudio incorpora los eventos discretos (ocurrencias inmediatas en términos paramétricos) como actividades que modifican el aspecto histórico del sistema contingencial, variándolo o confirmándolo en diversos momentos de su dinámica.
Podría hacer muchas otras disquisiciones complementarias a lo dicho, pero lo más “dialéctico” que encuentro en el conductismo es, esencialmente, su planteamiento contextualista de base respecto del objeto de estudio de la disciplina. Éste es uno solo: el comportamiento, una totalidad que comprende tanto aspectos “internos” como “externos”. La conducta como interacción molar o molecular entre el individuo y su entorno involucra en diversos planos tanto lo “subjetivo” como lo “objetivo”: lo cognitivo, lo emotivo, lo volitivo, lo motor y lo fisiológico, entendiendo que todo ello no funciona separadamente, sino que constituyen facetas del mismo ocurrir fenoménico y sujetas a las mismas leyes, lo que hace innecesaria la distinción entre eventos “observables” e “inobservables”.
Que este lenguaje no incorpore más frecuentemente la alusión a la consciencia ni otros términos caros a la terminología “progresista”, no quiere decir que no considere semejantes conceptos inmersos en la noción general de historia interactiva, y no como algo abstracto, pues está claro que se trata de productos social-verbales.
Por último, en el conductismo la relación entre la teoría y la práctica está muy articulada, partiendo de que el conocimiento real del mundo y sus fenómenos se puede lograr a través de sucesivos contactos con los eventos y su transformación. Esto es, mediante el empleo del método experimental y la verificación empírica de los principios y nexos que articulan la realidad. El error de los críticos anti-conductistas radica en achacar a estos procedimientos las falencias de la mecánica pre-relativista, juzgando que simpatiza con la causalidad lineal y necesaria del paradigma laplaceano, cuando para el determinista contemporáneo, como se sabe, la causalidad “necesaria” es reemplazada por la causalidad “legal”. Vale decir, “dados suficientes datos sobre ciertas dimensiones del espacio-tiempo, es posible inferir algo sobre otras similares con una probabilidad razonablemente elevada”. Eso es una concepción estocástica basada en regularidades estadísticas (por ejemplo, la ley del refuerzo).
Existe una multitud más de señalamientos que apuntalan la tesis enunciada. Baste decir que el conductismo en la actualidad presenta varias opciones teóricas que, cada una a su manera, satisfacen a nivel de aptitud académica los rudimentos de una noción dialéctica. Es cuestión de ponerse en su perspectiva, dejando de lado el dogmático arsenal de clichés que obnubila la comprensión de cierto sector de la comunidad psicológica.

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