Un fragmento del artículo de Esteve Freixa i Baqué (2003) ¿Qué es conducta? aparecido en la Revista Internacional de Psicología Clínica y de la Salud, 3(3), 595-613; explica de manera muy didáctica este concepto tan malentendido y/o frecuentemente tergiversado, tal como lo entendemos los conductistas radicales:
“Existen conductas visibles a las que podemos llamar manifiestas y conductas escondidas a las que podemos llamar “mentales”, pero ambas son conductas con todas las de la ley; no considerarlas así a causa de su diferencia de accesibilidad, suponer que sólo son conductas las primeras, creando así una categoría diferente para las segundas, añadiendo, para postre, una relación causal entre ambas, constituye, ni más ni menos, un magnífico error de categorización. La analogía siguiente debería acabar de poner en evidencia nuestra posición. Se trata de la analogía con los icebergs. Un iceberg es una masa de hielo a la deriva sobre el océano que presenta, en virtud de las leyes de la Física, una parte visible y una parte escondida. A nadie se le ocurriría considerar que el iceberg es solamente su parte visible, que su parte escondida pertenece a otra categoría de fenómenos y, todavía menos, considerar que la parte oculta constituye “la causa” de la parte visible. El iceberg es el conjunto, la suma de la parte visible y de la parte escondida; el hecho de que esté dividido en dos partes por la frontera de la línea de flotación no tiene el poder de generar dos fenómenos diferentes. Del mismo modo, la conducta es el conjunto, la suma de la parte manifiesta y de la parte “mental”, y el hecho de que esté dividida en dos por la frontera de la piel no tiene el poder de generar dos fenómenos diferentes. Así, las llamadas funciones “mentales” o procesos cognitivos, lejos de ser las causas de la conducta, son conductas en sí mismas, conductas que antes de haber sido interiorizadas, transformadas en “mentales”, eran auténticas conductas motoras, públicas, manifiestas, externas. En otras palabras, los procesos “mentales” no forman parte de la explicación, sino de lo que debe ser explicado. Es ahí donde la visión tradicional, tanto de la gente de la calle, como de los psicólogos cognitivistas, se revela incorrecta.
En efecto, al interrumpir la cadena explicativa de la conducta en el eslabón de lo “mental” se tiene la impresión de haber dado una explicación, cuando lo que se hace no es más que retrasar la solución del problema. Decir que el alumno ha podido responder correctamente a la pregunta que se le hizo porque ha efectuado un cálculo mental correcto no supone avanzar en lo más mínimo, pues aún hay que explicar por qué ha realizado un cálculo mental correcto. La explicación cognitiva, abortando con una respuesta que parece satisfactoria la búsqueda de la explicación, interrumpe la cadena causal en un eslabón intermedio e impide proseguir en el camino del establecimiento de la causa primera, la que realmente nos interesa. Esto se parece mucho al razonamiento de los niños que responden a la pregunta: “¿De dónde vienen los pollos?” diciendo: “del supermercado”; y que cuando nos oyen quejarnos de que no tenemos suficiente dinero para terminar el mes nos dicen que vayamos a buscarlo al cajero automático de nuestro banco. Ignoran que los pollos no son producidos por los supermercados y que el dinero no aterriza en el banco si antes uno no lo ha ganado con su trabajo.
Interrumpir la explicación de la conducta manifiesta en la acción de la conducta no observable equivale a explicar la parte visible del iceberg por su parte sumergida, olvidando que las dos deben ser explicadas en términos de temperatura, densidad, etc. que son las verdaderas causas del fenómeno que nosotros llamamos iceberg.
Lejos de contentarse pues con estas pseudo-explicaciones de medio recorrido (preñadas, por ende, de errores categoriales), el conductismo se vuelve hacia el ambiente, fuente última (o primera; depende de cómo se consideren las cosas) de las conductas, tanto públicas como privadas, según una relación de interacción que no tiene nada que ver con el célebre esquema (unidireccional, mecanicista y reduccionista) estímulo-respuesta, en el que sus detractores han querido siempre encerrar al conductismo para poder criticarlo mejor”. (pp. 600-602).
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