A raiz de una conversación por Facebook aprovecho la ocasión para clarificar el punto de la dicotomía entre comportamientos “normales” y "anormales” o “patológicos” desde el punto de vista conductual, con base en el análisis realizado por el Dr. Ramón Bayés en su obra Iniciación a la Farmacología del Comportamiento (pp. 94-97).
En esta línea dichos términos son ambiguos para referirse a trastornos psicológicos. Para Eysenck la “normalidad” es un concepto que puede interpretarse de tres formas: 1) estadística, en el sentido de la mayoría de personas que pertenecen a un grupo. Así, en nuestras sociedades una “persona normal” sería aquella que se halla cercana a la media; 2) ideal, que correspondería a una sanidad total y permanente; y 3) natural, juzgada de acuerdo con la aparente naturaleza de las cosas (el “deber ser”), según la entienden los miembros de una sociedad en particular.
Obviamente ninguna de las acepciones reseñadas es satisfactoria, lo que hace decir a Mowrer que, al final, “normalidad” es sólo sinónimo de adaptación social en el seno de cada contexto concreto, y Ullman y Krasner añaden que ésta debe estudiarse siempre como la interacción de tres variables: el propio comportamiento, su contexto social y un observador que se encuentra en situación de poder. No obstante, señalan también que la vida social exige de la gente que sea capaz de predecir con alguna aproximación la conducta de las personas con las cuales se relaciona. Por ello al fracaso en vivir de acuerdo con las expectativas sociales se le llama “desviación”, y si esta desviación es tal que requiere la intervención de profesionales en salud mental, se le llama “comportamiento anormal”. Pero dicha etiqueta no debe ocultar que ese tipo de conducta no es distinta, sea desde un punto cualitativo o cuantitativo ni en su desarrollo y mantenimiento, de otros comportamientos aprendidos.
La postura del padre de la medicina experimental, Claude Bernard, es similar: “En la naturaleza no hay nada alterado o anormal; todo sucede conforme a leyes que son absolutas, a saber, siempre normales y determinadas. Los efectos varían con las condiciones que los producen pero las leyes no. Los estados fisiológicos y patológicos están regidos por las mismas fuerzas: difieren sólo a causa de las condiciones especiales en que se manifiestan las leyes vitales” (Introducción al Estudio de la Medicina Experimental).
Todo esto tiene correlatos muy conflictivos con el asunto de las etiquetas psicopatológicas que señalan síndromes específicos de “enfermedad mental” (esquizofrenia, retraso mental, psicosis, etc.), al verificarse que en la práctica sus “síntomas” no sólo no son fácilmente distinguibles de otros, sino que ni siquiera corresponden exclusivamente a cada síndrome en mención. Es más, muchos de esos comportamientos aparecen también en personas no diagnosticadas con el perfil típico de un paciente psiquiátrico.
¿Porqué, pues, perviven las prácticas de conceptualización normal-anormal y etiquetación psicopatológica? Bayés achaca esto a la fuerza y status del modelo médico que viene desde el siglo XIX, extrapolando incorrectamente a fenómenos psicológicos lo que tiene una realidad fisiológica. No es que los críticos de este enfoque médico de la psicología pasen por alto que ciertos “trastornos mentales” están ligados claramente a funciones cerebrales anormales, pero sí afirman que el carácter concreto del comportamiento desviado tiene aristas mucho más variadas que la existencia de un síndrome orgánico subyacente.
En suma, ningún agente extraño del tipo de virus, bacterias, lesiones estructurales o alteraciones cromosómicas, es capaz de producir trastornos psicológicos con independencia del medio. Las causas que motivan los comportamientos “anormales” no son esencialmente distintas de las que motivan los comportamientos “normales”.
3 comentarios:
Entonces, este razonamiento me lleva a pensar que las mismas denominaciones "normal" y "anormal" pueden, por sí mismas, a llevarnos a pensar de modo limitado sobre este asunto (ya que son conceptos cerrados y excluyentes, lo que empuja a que se piense la realidad de ese modo y sea difícil salir de ese esquema.)
Pienso que problemas como la esquizofrenia necesitan de teorías transdisciplinarias que den bien cuenta de ella. Me parece que el reto va por allí.
Luis
Un artículo muy interesante y bien hilvanado sobre un tema que me es muy caro.
Hay no obstante un pequeño detalle que me resulta chocante y es el derivado de la siguiente frase:
"ciertos “trastornos mentales” están ligados claramente a funciones cerebrales anormales"
lo cierto es que el modelo médico de enfermedad mental nos habla siempre de desequilibrios químicos en el cerebro, que a día de hoy, siguen sin demostración alguna.
Por otro lado, no existe que yo sepa prueba fisiológica, física, análisis o cualquier otro tipo de acercamiento ajeno al estudio del comportamiento del sujeto, que de razón de ser a enfermedad mental alguna.
La frase, en una cierta ambigüedad, deja abierto el camino a que se considere que en realidad está hablando de la constatación de un hecho (comportamental) en una falla cerebral hasta cierto punto objetivable.
Lógicamente los críticos del modelo médico de enfermedad mental vemos al cerebro como un elemento necesario pero no suficiente y en realidad estaríamos pseudoexplicando o constatando algo que vemos prístino a nivel comportamental.
La clave es que estos malfucionamientos cerebrales se "descubren" (o caso de que se descubran) a posteriori y siempre en base a comportamientos ya declarados. Además, ni los comportamientos ni los posibles malfucionamientos cerebrales son identificables claramente con las enfermedades mentales que supuestamente explican (aunque luego sea al revés la explicación que se acaba dando: el nombre de la enfermedad mental explica el comportamiento).
Lo catastrófico de este modelo, a nivel conceptual, es que mezcla niveles muy diferentes, conductuales y fisiológicos, los cuales son en verdad sumamente diferentes como bien sabemos.
Vale la aclaración. Bayés también transmite algo así, al apoyar la posición de que no ha sido demostrado ningún mecanismo que establezca una relación de causa-efecto entre lesiones neuronales, o alteraciones metabólicas, y trastornos intelectuales.
No pienso de otra manera, por eso también apunté después de esa frase desafortunada mía que "el carácter concreto del comportamiento desviado tiene aristas mucho más variadas que la existencia de un síndrome orgánico subyacente".
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