viernes, 9 de mayo de 2014

¿Por qué somos como somos?

Compartiendo esta versión online del diario "La Nueva España" (07.04.2014), donde el Dr. Marino Pérez-Álvarez desarrolla su visión del papel de los genes y de la cultura sobre el surgimiento de lo humano.

¿Por qué somos como somos? Los tres componentes de una vida
Una reflexión sobre la importancia de lo que uno quiere ser, las circunstancias que uno encuentra, entre ellas la tecnología, y el azar
(07.04.2014)

Por Marino Pérez-Álvarez

La pregunta tiene dos niveles. Uno se refiere a qué nos hace humanos respecto de los animales y el otro a qué hace que cada uno sea como es. En ambos casos, se suele responder diciendo que es debido al cerebro o a los genes. Respuestas de este tipo se encuentran ya en los títulos de importantes libros cuando dicen que somos el cerebro o se preguntan qué nos hace humanos, para concluir que el cerebro y los genes.
Ni en las estrellas ni en los genes está escrito como somos. Sin embargo, ni en las estrellas, ni en los genes, ni tampoco en el cerebro, está escrito nuestro modo de ser. Nuestra estructura anatómica, como organismo, está determinada por el genoma. Pero otra cosa es la persona humana, con su civilización y cultura y con sus particulares formas de ser. Lo humano está en las instituciones sociales: sistemas que organizan el funcionamiento de la sociedad, anteriores a cada individuo. El mundo ya está funcionando cuando nosotros aparecemos en escena.
Sea por caso la escritura, uno de los inventos que más ha transformado la historia humana. Aprender a leer supone también una revolución en la vida de un niño. Sin embargo, la escritura no está codificada en los genes, ni en el cerebro. Data de hace unos 6.000 años, cuando el cerebro y el genoma humano ya eran para el caso como son hoy, desde miles de años antes. Si la escritura desapareciera de la faz de la tierra, ningún cerebro de un recién nacido la crearía. Ni siquiera es pensable que bebés dejados en una isla produjeran una lengua, más que una mezcla de balbuceo y signos. ¿Cuántos miles de años serían necesarios para que se desarrollara alguna lengua que hoy los niños aprenden con la facilidad como respiran? ¿O un sistema de escritura que hoy los niños aprenden en unas 2.000 horas? La escritura no está codificada en los genes ni almacenada en el cerebro, pero su aprendizaje supone una gran transformación del cerebro gracias a su plasticidad.
Así, pues, lo que nos hace humanos es la cultura y la educación socialmente instituidas, una especie de sobrenaturaleza o noosfera que envuelve a la bioesfera, hoy más que nunca a través de internet. Por eso decía Ortega que el hombre no tiene naturaleza, sino historia. Aclarado esto, ¿cuáles son los tres componentes de la vida, anunciados en el título. Son, de acuerdo con Ortega: el proyecto de la vida, las circunstancias y el azar. El proyecto o vocación se refiere a lo que uno quiere ser. Las circunstancias son las condiciones que uno encuentra, que favorecen y dificultan lo que uno quiere ser. El azar no es otro que la casualidad: sucesos afortunados e infortunados que tejen y destejen la vida.
La vida como proyecto: siempre más allá. Uno es ante todo lo que quiere ser: no porque sea lo que quiera ser (como a veces frívolamente se dice a la gente), sino porque lo que quiere es lo que mejor define lo que es. Pero, aquí se da una paradoja: lo que se quiere ser, todavía no es, de manera que uno es lo que no es, algo que está por ser. Somos lo que todavía no somos y para más paradoja, nunca llegaremos a ser del todo, como para decir, hasta aquí hemos llegado y ya está acabada la vida. Continuamente se nos abre el horizonte, más allá de lo visto y aun de lo soñado. Si alcanzamos nuestras metas, estas nos resitúan en otro horizonte de posibilidades. La vida se hace y deshace en el tiempo. Puede que en algunas edades se tenga la experiencia de "eternidad", como si todo durara y volviera una y otra vez (comienzos de curso, vacaciones), pero vendrán otras edades en las que todo va muy deprisa, sintiéndote tragado por el tiempo.
Ya de niños queremos ser algo y aun muchas cosas y, a veces, para siempre. Cuando uno no tiene proyecto o no sabe qué quiere o, peor, no quiere ser nada, su vida, literalmente, no tiene sentido, es decir, no tiene dirección ni significado. Cuando no vas a ningún sitio, puede que todos los vientos te favorezcan, pero también es cierto que estás a la deriva, sin rumbo. Los problemas psicológicos consisten, muy a menudo, en la pérdida o crisis de sentido, por lo que no se arreglan con pastillas.
Siendo la vida proyecto, se pueden sacar dos conclusiones prácticas. Una es que nuestra vida está proyectada hacia adelante, lo que implica esfuerzo y espera, sin medirlo todo por la satisfacción inmediata. Otra es que el sentido de la vida está más allá de uno mismo, sobre un horizonte de valores, no dentro de uno, como a menudo la peor literatura de autoayuda nos hace creer.
Las circunstancias: facilidades y dificultades. El proyecto de nuestra vida siempre se da en alguna circunstancia (momento histórico, sociedad, familia). El yo y la persona que uno es dependen de la circunstancia que a uno le toca vivir. Yo soy yo y mi circunstancia, dice Ortega. La circunstancia o circunstancias en plural establecen las posibilidades y los límites de nuestros proyectos: lo que queremos pero también lo que, de hecho, podemos ser. A este respecto, siempre nos vamos a encontrar con cosas que facilitan y dificultan nuestros proyectos y a veces las mismas cosas hacen lo uno y lo otro. Sea, por caso, la familia: que te ha hecho capaz de ser esto y lo otro y, a la vez, te limita esperando, por ejemplo, que no te vayas lejos. Tienes pareja y esto puede que te dé estabilidad y apoyo, pero también te impide ser más libre (tú mismo) y explorar otras posibilidades. O eres "tú mismo", sin compromisos ni cortapisas, pero acaso ya estás cansado de serlo. Muy a menudo, las cosas de la vida tienen esa ambivalencia entre la servicialidad y la servidumbre.
Lo importante es saber de dónde "salen" las cosas (de otros anteriores), de dónde viene uno (de las circunstancias que le tocaron) y dónde va (lo que depende de lo que sabe hacer y del esfuerzo que vaya a poner en juego), para que no le pase como a la paloma de Kant: que despotricaba contra el viento porque le impedía ir más deprisa, el mismo que le permitía volar. Lo cierto es también que los vientos y las corrientes no siempre van a favor, sino que uno tendrá que bregar y remar contra-corriente. El curso de la vida, cuando uno quiere ser algo y va alguna parte, requiere, frecuentemente, lo que llamaba Platón una "segunda navegación", consistente en navegar a remo, cuando la "primera navegación", a favor del viento, no basta.
Una segunda navegación se refiere, también, a pensar con criterio y discernimiento acerca de lo que nos viene dado, en vez de recibirlo acríticamente. Reducir nuestra valoración de las cosas a "me gusta", o no, es uno de los mayores entontecimientos de nuestro tiempo. Una característica de la época actual es la tecnología, para los jóvenes, ya tan natural como el agua para los peces y el aire para los pájaros. Sin embargo, la tecnología debiera hacernos pensar. Por lo pronto, tiene esa ambivalencia señalada: entre servir como herramienta y pervertir nuestra vida. Así, por ejemplo, la continua comunicación que facilita la tecnología está convirtiendo la conversación en mera conexión y la amistad en "montón" de amigos, por no hablar del empobrecimiento del lenguaje y del pensamiento. No es lo mismo estar conectado y recibir-y-enviar mensajes que mantener una conversación cara-a-cara. La falta de conversar, además de trivializar la comunicación ("lost in communication"), merma la reflexión, la cual se aprende hablando con otros. Es difícil hacer algo, más que meramente estar conectado, con 2.000 amigos. Uno puede tener mogollón de amigos, pero una chica que tenía 600 murió en un hospital sin que nadie fuera a visitarla.
La continua conexión supone la incomunicación con los que se tiene al lado, lo que da lugar a ese extraño paisaje en el que todos están "solos juntos", sea una pareja de novios o un grupo de amigos. Hasta en una cena de gente frisando los cincuenta, llegará un momento en el que todos saquen el móvil. Parece que cada uno estuviera en una burbuja, desconectado del entorno inmediato y, acaso, riendo con algo que está escuchando, como diciendo ¿no veis lo feliz que estoy al margen de lo que pasa aquí? La gente-conectada parece más a un piloto equipado con cascos, gafas, móvil, mochila, que propiamente un peatón.
El continuo estar-enchufado está creando la habilidad para poner un ojo en lo que pasa aquí (en clase, con amigos) y, a la vez, teclear un mensaje. Se trata de una habilidad que, en realidad, incapacita para estar en lo que estás: solo atendiendo a las migajas que te interesan, incapaz de seguir una conversación, un discurso o un razonamiento. Dejando aparte que internet convierte a muchos en surfistas de la información (deslizándose por la superficie de las cosas), lejos del buceo que requiere el conocimiento de algo, ¿qué decir de Facebook y Twitter, que tal parecen herramientas diseñadas para el exhibicionismo y el narcisismo? ¿No se pierde algo de las emociones convertidas en emoticones, descontextualizados y esterilizados del contacto personal y del lenguaje natural? El amor en tiempos de Siri, la aplicación de Apple que te "entiende lo que dices y sabe lo que quieres", ¿no puede llevar a considerar a los demás por lo que nos sirven y se ajustan a nosotros, cual sistemas operativos inteligentes, como "Ella", "Her", obviando la realidad de la vida?
Una circunstancia que no ayuda a una segunda navegación para pensar el presente, más allá de su recepción acrítica, es la filosofía menguante en bachiller. La filosofía, lejos de estar suplida por las ciencias, de acuerdo con Gustavo Bueno, es un saber de segundo grado, cuyos problemas y preocupaciones surgen de los saberes de primer grado dados precisamente por las ciencias y la tecnología. La filosofía no es de letras ni de ciencias, sino transversal, capacitadora para pensar cualquiera que sea la especialidad de uno.
El azar, que también hay que asumir. El azar constituye nuestras vidas, desde las pequeñas casualidades a los golpes de suerte e infortunios. Incluso la vida en la Tierra es un azar: un "error metafísico de la materia", dice Pessoa. Por su parte, las predicciones del futuro son las más difíciles, de modo que nadie sabe qué "cisnes negros" van a aparecer que transformen nuestras vidas. Las tecnologías que ahora pueblan la vida cotidiana (internet, móvil) no fueron predichas, cuando ahora parecen tan necesarias como el oxígeno.
La vida de cada cual está compuesta de casualidades (los amigos surgidos del pupitre donde te tocó por el apellido, como conociste a alguien) que terminan por ser causalidades de que las cosas sean de una manera y no de otra, abriendo una puertas y cerrando otras.
La incertidumbre produce ansiedad y queremos estar seguros de todo y tenerlo todo asegurado pero, afortunadamente, la vida no responde a un algoritmo. Si lo hiciera, sería como vivir el guión de una película: como aquel "Atrapado en el tiempo" o "El show de Truman".
El azar es algo que tenemos que asumir deportivamente (como un balón en el poste que puede ser gol o ir fuera), y no solo el azar que nos depare el futuro, sino el que ya forma parte de lo que somos. Acaso, para tener los pies en el suelo, uno mejor empieza por "llegar a ser el que eres": lo que puedes ser de acuerdo a lo que has aprendido y eres capaz de esforzarte, como decía Píndaro a los atletas de las olimpiadas, en vez de creer que puedes ser cualquier cosa con tal de quererlo. Siempre se puede ir más allá, pero sobre la base de lo que eres.

No hay comentarios:

¿EN QUÉ PARTE DEL ESPECTRO IDEOPOLÍTICO SE PODRÍA UBICAR A SKINNER? UN ANÁLISIS CONCEPTUAL

¿EN QUÉ PARTE DEL ESPECTRO IDEOPOLÍTICO SE PODRÍA UBICAR A SKINNER? UN ANÁLISIS CONCEPTUAL William Montgomery Urday En este artículo se abo...