Existe un mundo tal como es y un mundo que es
producto de nuestra interacción con el mundo tal como es. Esa interacción, a su
vez, se sujeta a normas de la comunidad social. En este sentido, la conducta de
todos los que participamos en los grupos sociales está sujeta a un control
ambiental, puesto que ha sido y es construida al amparo de contingencias
guiadas por reglas comunales de comunicación: un medio que, como señala
Shibutani (1961/1971), está constituido por todo género de significados y redes
de ellos. Significados generalizados de objetos físicos, de personas, de
colores, de reacciones emotivas, de imágenes, de diversos tipos de actividad;
que varían en función a las circunstancias, Todo mediado por el lenguaje que
usamos para representar la realidad.
Podría reconocerse la postura de Wittgenstein
(1988) en esta apreciación, acerca del lenguaje como “forma de vida”: un
conjunto de sentidos convencionales que componen el mundo mental de las
personas. No es un fenómeno que recubra una esencia, no es el vehículo que
expresa lo psicológico; es el contenido
de lo psicológico y, por lo tanto, ámbito y contexto funcional del
comportamiento humano (Ribes, 1999). En rigor, la experiencia “mental” que
un sujeto adquiere en este referido ámbito no puede ser llamada “privada”,
porque los significados de las palabras que la describen se aprenden de manera
pública, en un ambiente compartido, de tipo socioconvencional.
No es difícil descubrir continuidades entre
lo que se ha dicho en los párrafos anteriores y la doctrina “conductista
social” de G. H. Mead (1934/1999), para quien la mediación del lenguaje es la
que posibilita la aparición de “la persona y el espíritu”: la “consciencia de
ser”, y ser un objeto para sí mismo. La persona, pues, y el quehacer subjetivo del individuo, surgen
en el proceso de la experiencia y actividades sociales, mediante el lenguaje.
Este conductismo social, rebautizado
luego de la muerte de Mead por Herbert Blumer (1937/1982) como “interaccionismo
simbólico” en el ámbito sociológico y de la teoría de la comunicación, ha sido
y es uno de los grandes referentes en el cosmos de la investigación
cualitativa, que pretende recoger ese rico filón de datos que la subjetividad
socialmente construida opone a la realidad, o mejor, indagar cómo interactúa
con ella para construir una nueva realidad de “contingencias virtuales”
alejadas del mundo físico. La expresión de Schwartz y Jacobs (1979/2012): “lo
que sucede aquí es Io que los actores dicen que sucede” (p. 24) es el grito de
batalla de quienes pretenden representar a los interaccionistas simbólicos en
términos de tratar de conocer un mundo social referido por los que están dentro
de él. “Queremos saber lo que saben los actores, ver lo que ellos ven,
comprender lo que ellos comprenden. Como resultado, nuestros datos intentan describir
su vocabulario, sus formas de ver, su sentido de lo que es importante y de lo
que no lo es…” (ibid., pp. 24-25). Aunque el autor de esta monografía no
comparte la afirmación de los mismos Schwartz y Jacobs, acerca de que en estos
menesteres cualitativos “la ciencia es sustituida por el acceso a los sentidos
o comprensión” —porque, al contrario, considera que la ciencia sí viabiliza
dichas pesquisas gracias al marco teórico que le brinda el conductismo social—;
sí reconoce el esfuerzo por llegar a explorar escrupulosa y multivariadamente
aquello que está latente en los significados convencionales de los actores: su
percepción e interpretación de la realidad, y la forma en que aquellas se relacionan
con su comportamiento a través de su interpretación actual de las interacciones
sociales en que todos participan. Una red de sentidos que conforma, como se ha
dicho en anteriores párrafos y lo enfatiza Ribes (1990), las contingencias
virtuales del contexto funcional en que transcurre el comportamiento humano.
1.
Características
del interaccionismo simbólico
El
interaccionismo simbólico podría ser caracterizado a la vez como un marco conceptual
y metodológico en las ciencias sociales. Su impulso teórico principal procede de
los escritos de George Herbert Mead (1934/1999) y Herbert Blumer (1937/1982),
con fuertes influencias del pragmatismo y del conductismo, por lo cual es
necesario entender primero cuáles son aquellas.
En
el caso del pragmatismo, la idea básica es que lo que se considera “real” en el
mundo es creado activamente por los individuos en la medida que actúan en y
hacia el mundo. Esto significa que la realidad humana es artificialmente
construida a través de las acciones que las personas ejercen recíprocamente
unas sobre otras, así como con su entorno históricamente configurado. En este contexto,
el “conocimiento” del mundo surge en el transcurso de dichas interacciones
respecto a lo que ha probado ser de utilidad; por lo cual la gente suele
referenciar los objetos físicos y sociales en relación con el uso que les da.
De
aquí se desprende una importante consecuencia para el interaccionismo
simbólico: sí se quiere entender la realidad social, forzosamente hay que
entender a los actores sociales y lo que ellos dicen y hacen en su mundo
social. Por lo tanto, la atención se centra en la interacción entre la
comunidad o mundo social y el actor social en términos dinámicos e
interpretativos.
Respecto
al conductismo, Mead trató de diferenciar su conductismo social del conductismo
radical de John B. Watson dándole un status especial al autoconcepto (yo) socialmente
aprendido. En el esquema de Mead, las interpretaciones que hacen los individuos
de los estímulos son las que presiden y moldean su accionar, por lo tanto la
conducta del ser humano, a diferencia de otros organismos, se desarrolla en un
medio creado por él mismo, y no puede ser concebida en términos de reacción a
fuerzas externas o internas más allá de su control. No obstante, Mead acepta —en
cierto modo paradójicamente— que la conducta organizada del grupo social es un
sistema envolvente dentro del cual surgen la individualidad y la consciencia de
sí mismo. La
mente no es una cosa, sino un proceso continuo virtualmente relacionado a la
socialización, los significados, los símbolos, el yo y la sociedad.
De acuerdo con lo anterior, para el interaccionismo
simbólico el significado de una conducta se forma en el escenario de
interacción social: un sistema de estímulos intersubjetivos compuesto de
símbolos de cuyo significado participan los actores. La interacción social es
el ambiente primario donde se crea la autoconsciencia y la capacidad de reflexionar.
Es mediante la respuesta de los demás ante la conducta del actor como es
concebida o confrontada por los otros, que éste tiene una oportunidad de
descubrirse a sí mismo como objeto y sujeto a la vez. Un "mí" que se
contempla a sí mismo y es contemplado por otros, y un "yo" que
observa y actúa. La realidad es, así, un mundo de significados en el cual "debemos
ser los otros si queremos ser nosotros mismos", de modo que las cualidades
de los individuos no se estudien como tales, sino en función a su relación con
los otros. La unidad de análisis es, en consecuencia, dos o más individuos en interacción, en términos de las
experiencias comunicables que ellos pueden transmitir.
Resumiendo
lo dicho, los supuestos esenciales del interaccionismo simbólico podrían ser
los siguientes:
1)
La
sociedad es un sistema de significados compartidos a través de un lenguaje, una
actividad interpersonal en la cual las expectativas guían la conducta de los
individuos hacia esquemas previsibles.
2)
Tanto
las realidades sociales como las físicas son construcciones que responden a la
conveniencia de los actores que las construyen e internalizan.
3)
Las
creencias subjetivas que las personas tienen de otras y de sí mismas son los
hechos más importantes de la vida social.
4)
La
conducta individual es producto de las interpretaciones que se hacen sobre los
acontecimientos, sus exigencias sociales, sobre uno mismo y los demás.
2.
Interaccionismo
simbólico e investigación cualitativa
Los
lineamientos estipulados en el anterior parágrafo dan a entender que, desde el
punto de vista interactivo simbólico, el investigador del comportamiento humano
debe tratar de entender cómo la gente categoriza su contexto social, cómo
piensa y qué criterios tiene para tomar sus decisiones y actuar de una u otra
manera. Por eso, desde esta perspectiva el ideal de investigación no es a nivel
“macro” (clase, estamento social o perfil actitudinal), sino a nivel “micro” o
básico: el individuo y su simbolismo, el proceso de definición a través del
cual el actor le da forma a su acto. Esto significa poner al sujeto en el centro
del escenario.
El
método preferido para llegar a explorar provechosamente dicho objeto de estudio
resulta de poner atención a la forma en que ciertas interacciones particulares
dan lugar a entendimientos simbólicos, enfatizando que su examen parte de las perspectivas particulares propias
de los miembros de la sociedad. La clave es estudiar la vida social tal como
sucede, entender cómo la gente percibe, entiende e interpreta el mundo sin
forzar el entendimiento de la realidad a través de modelos teóricos
predeterminados. Eso solo se puede llevar a cabo mediante procedimientos de
investigación cualitativa, a través de un estrecho contacto e interacción
directa con la gente, involucrando la participación del investigador como un miembro
iniciado en el mundo de los investigados; para, con el lenguaje de ellos y
desde su perspectiva como actores del escenario natural en que viven, poder
generar un cuadro acerca de lo que acontece. La utilización de las ciencias
naturales como modelo para las ciencias sociales está descartada. En palabras
de Blumer (1937/1982): “La naturaleza deI medio ambiente viene dada por el significado
que para esas personas encierran los objetos que lo componen [y] para entender
los actos de las personas es necesario conocer los objetos que componen su
mundo” (p. 9)[1].
Los
elementos más molares de la estructura social, tales como la sociedad, la
cultura, la estructura social, y otras; deben ser derivadas a partir del
estudio de la relación entre dos actores
sociales, dos individuos frecuentemente en una relación cara a cara que usan la
comunicación simbólica para producirla y a través de ello crear entendimiento
mutuo, creando y anticipando acciones propias y ajenas. En realidad, la cultura
es moldeada por las acciones de los actores en la vida cotidiana: sus modelos
de comportamiento, normas y valores. Estas acciones deben ser comprendidas detalladamente
sin la mediación de hipótesis previas que antecedan al trabajo investigativo,
sin manipular los hechos mismos bajo observación, lo que ha dado lugar al surgimiento de la "teoría fundamentada" (Strauss y Corbin (19902002) en la investigación cualitativa.
[1] Para la concepción
interaccionista simbólica las personas no viven en un mundo de cosas sino en un
mundo de objetos. Un objeto no es sólo una cosa física hacia la cual se actúa,
sino que es también el objeto de la acción en el sentido que la persona piensa,
actúa en relación a él y lo señala con un símbolo socialmente creado, siendo en
parte una meta para su accionar. Y, en la medida que la actuación de un
individuo frente a un objeto cambia, se modifica también el significado del
objeto para él.
REFERENCIAS
Blumer, H. (1937/1982). El interaccionismo simbólico: Perspectiva y método. Barcelona:
Hora.
Mead, G.
H. (1934/1999). Espíritu, persona y sociedad. Desde el
punto de vista del conductismo social. Buenos Aires: Paidós.
Ribes, E.
(1990). Las conductas lingüística y simbólica como procesos sustitutivos de
contingencias. En E. Ribes y P. Harzem (Eds.). Lenguaje y conducta. México:
Trillas.
Ribes, E.
(1999). Teoría del condicionamiento y lenguaje: un análisis histórico y
conceptual. Madrid: Taurus.
Shibutani,
T. (1961/1971). Sociedad y personalidad. Buenos Aires: Paidós.
Schwartz,
H, y Jacobs, J. (1979/2012). Sociología cualitativa. México: Trillas.
Strauss, A., &
Corbin, J. (1990/2002). Bases de la
Investigación Cualitativa. Antioquia: Universidad de Antioquia.
Wittgenstein,
L.v. (1988). Investigaciones filosóficas. Barcelona: Crítica.
1 comentario:
Excelente documento
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