miércoles, 27 de junio de 2012

El Mito de la "Revolución Cognitiva"

O´Donohue, Ferguson y Naugle (2003), en su escrito La Estructura de la Revolución Cognitiva: Un Examen Desde la Filosofía de la Ciencia, denominan “fenómeno socio-retórico” a una tendencia a rechazar ciertas cosmovisiones científicas sobre la base de creencias o antipatías personales reforzadas y mantenidas mediante un discurso lingüístico más que epistémico. Para verificar esta hipótesis hicieron una encuesta entre veinte conocidos cultores de la Psicología Cognitiva (Miller, Chomsky, Johnson-Laird y Neisser, entre otros), indagando sobre sus opiniones acerca de aquellos criterios epistémicos de Popper y Kuhn (falsabilidad, anomalías, etc.) que supuestamente justificaron el paso de una “concepción conductista” a otra “cognitiva”. Las pocas respuestas recibidas dieron a entender que la mayoría de teóricos cognitivos no utilizaba esos criterios para fundamentar su rechazo al conductismo, saliendo a relucir más bien ideas de tipo existencial, incompatibilidad temperamental con la parsimonia científica, antipatías directas hacia Skinner e incluso desconocimiento parcial respecto a lo que realmente proponía el paradigma competidor.
Esto da que pensar sobre los verdaderos motivos que produjeron ese fenómeno incorrectamente llamado “revolución cognitiva”. Dos preclaros historiadores de la psicología, T. H. Leahey (2005) y C. J. Goodwin (2009) se han ocupado de esclarecer la naturaleza de dicho mito, pese a o cual éste sigue vivo y se sigue difundiendo de manera casi militante en las aulas universitarias, tanto de psicología como de educación.

¿En que contexto se comenzó a hablar de una “revolución cognitiva”?

En la temprana década de 1960 hubo, como se sabe, una atmósfera turbulenta donde la lucha por los derechos civiles, el rechazo a la autoridad constituida y el conflicto generacional estaban a la orden del día. Las consignas de “cambiar el mundo” se vieron respaldadas en el ambiente académico americano por la aparición del libro de Kuhn sobre revoluciones científicas.
Según se deduce de las memorias de algunos psicólogos y estudiantes que vivieron en ese tiempo, como consecuencia de los factores estructurales ajenos a la profesión se tomó dicha obra de manera literal, extrapolando su contenido a la situación de aparente reemplazo de “un paradigma por otro” en la disciplina, sin pensar en la sobre-simplificación que implicaba semejante juicio.
Esta adaptación de la compleja realidad a la “camisa de fuerza” conceptual kuhniana popularizó el mito de la abrupta victoria de la “revolución cognitiva” sobre la “crisis” de un fantasiosamente monolítico paradigma conductista, sin tener en cuenta las diferencias que ya existían entre las diferentes teorías conductuales de aquella época (estímulo-respuesta, estímulo-organismo-respuesta, respuesta-contingencia-consecuencia, etc.) y el carácter de gradualidad incrementada de los intereses por la cognición que ya se venían acentuando desde mediados de los años 40 a su sombra. Incluso Watson —como recuerda el colega Roberto Bueno (1999) en su disertación sobre “La verdad sobre la revolución cognitiva”— se ocupó en su momento de  temas relacionados con el pensamiento, la imaginación y los sentimientos (sin contar con el largo devenir del mentalismo clásico, ya existente en la psicología general desde sus comienzos). Por último, los propios “psicólogos cognitivos” no estaban suficientemente de acuerdo entre sí como para constituirse en un paradigma ajustado al estrecho esquema de Kuhn.

En conclusión

A la luz de un análisis escrupuloso de este asunto, no parece justificado seguir hablando de una “revolución cognitiva” que nunca se produjo. Como ha señalado Gabucio (2002) la concepción catastrófista kuhniana debe ser sustituida por el gradualismo de Lakatos, y "la transición del conductismo al cognitivismo (debe ser vista) como una transición con continuidad en lugar de como una ruptura paradigmática" (p. 253).
En general los llamados “paradigmas” de la psicología no han cejado en su producción desde 1960, e incluso la han diversificado fragmentándose en teorías o modelos de reciente factura. Todos sin excepción, por otra parte, se han ocupado de conceptuar o investigar sobre los fenómenos caracterizados como “cognitivos” o “mentales” de manera particular, es decir a su propia manera y con jergas técnicas distintas.
Así, resulta una afirmación de extrema arrogancia y dogmatismo que algunos de los cultores de esas teorías o modelos se atribuyan a sí mismos la facultad de ser los únicos que estudian ese sector del comportamiento que se denomina “cognición”. Tampoco debe confundirse simplistamente —como a menudo se hace en educación— el ejercicio de un estilo directivo de enseñanza-aprendizaje (llamado “tradicional” o “autoritario”) con el que promovería un paradigma conductista supuestamente dedicado a “condicionar” a los alumnos, en vez de enseñarles contenidos “significativos” sirviéndose del “aprendizaje por descubrimiento” como debería ser. Esa es una contraposición tan doctrinariamente inexistente como la de aducir de plano que los conductistas “niegan la existencia de la cognición (o de la mente)”, falla en la que incurren numerosos manuales de psicología elaborados por autores con una filiación teórica implícita o explícita, que creen saber más de conductismo que los propios conductistas.

REFERENCIAS
  • Bueno, R. (1999, setiembre). La verdad sobre la revolución cognitiva. Memorias del IX Congreso Nacional de Psicología. Colegio de Psicólogos del Perú; pp. 17-18.
  • Gabucio, F. (2002). El ùltimo Kuhn y la psicología. Anuario de Psicologìa, 33, 249-266.
  • Goodwin,  C. J. (2009). Historia de la psicología moderna. México: LIMUSA.
  •  Leahey, T. H. (2005). Historia de la psicología. Madrid: Pearson.
  •  O´Donohue, W., Ferguson, K. E. y Naugle, A. E. (2003). The structure of the cognitive revolution: An examination from philosophy of science. The Behavior Analyst, 26, 85-110.

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